EL COBARDE
Este hombre, a quién denominaré H, no es que sea un infeliz o algo así por el estilo, más bien, es un pobre hombre que vive su vida como cualquier otro, en medio de la angustia absurda del diario trajín. H, se dirige una mañana hacia su trabajo; es una más cómo tantas de las que ha recorrido desde que obtuvo su empleo, en ese asfixiante sitio siempre cargado hasta el vómito, de oficinas para abogados, ingenieros y médicos.Su labor ahí, no es de gran importancia, es tan solo un simple comodín a tiempo completo, al que hacen de aquí para allá sus jefes, cuando de enviar o traer mensajes se trata. No hay nada, que escape a su mirada ni nada que escape a su imaginación, pero mientras más grandes son sus ojos más pequeña es su boca, ya que es incapaz de transformar en palabras lo que pasa por su mente.- “ Total, después de todo, soy un simple y pelado e insignificante mensajero de oficina, a quién nadie le habría de prestar atención” -, piensa para sí mismo, mientras se muerde la lengua de rabia esa mañana, sentado casi al filo, del asiento de la ruidosa microbús que le lleva a su lugar de faena.
Una pobre y desvalida mujer está en el suelo, tras haber sido empujada, por un hombre corpulento, que se abría paso a como diese lugar, para sacarla del pasillo de la cacharpa pública y así lograr él obtener su asiento. Nadie ha dicho o hecho nada; cada pasajero sigue en lo suyo; nadie quiere, esa mañana, llegar con más problemas a su trabajo, pues aparte de los que ya carga, sabe que otros tantos le esperan . Las miradas displicentes, se sumergen indiferentes en los diarios llenos de basura, que intentan aplacar la angustia matutina, de los pasajeros hartos de rutina. La mujer, intenta recoger sus pertenencias diseminadas por el sucio piso; un pequeño hilo de sangre, brota silencioso de su cara; levanta su vista buscando ayuda, pero no se encuentra a nadie; sus ojos tocan la pared de la invisibilidad ciudadana; es como si estuviese sola en una isla perdida, en la cual, tan solo se escuchan los ruidos del mar chocando contra los acantilados. Tan serias las damas y tan aterradoras las corbatas de los caballeros; tan grande es la indiferencia y apatía de las personas, que parecen estrellas distanciadas en lo profundo de la noche, tan cerca pero tan lejanas, sin embargo, sucede algo, que a muchos les costaría creer...
H, se ha puesto de pie ; se ha dirigido hacia la señora y le ha tendido su mano para ayudarla ; después ha enfrentado al fornido matón y lo ha increpado, diciéndole hasta de lo que va a morir, y , hasta sin esperar más razones, le ha propinado unos cuantos buenos golpes ante la mirada atónita del resto de los pasajeros. El matón yace noqueado en el piso insalubre del microbús No se han dejado esperar los aplausos. H se frota sus manos y saluda a todos sus admiradores, al tiempo que se abre paso hacia su asiento por encima del bravucón... Todo eso, ha sucedido en su mente, mientras observa el reloj en su muñeca, y trata de que el camino sea más breve y fugaz, por lo que, se ha dedicado a mirar el resto del maremagnum, que lucha por llegar a su trabajo esa casi siempre absurda mañana. Los cientos de carros; los hombres y mujeres que comparten su presidio de angustia y ansiedad, pasan frente a H, mientras él, trata de no pensar en todas esas cosas que suceden día a día, en esta carrera por la supervivencia que le ha tocado enfrentar desde que tiene memoria; porque sus grandes ojos, recorren en retrospectiva, sus momentos de niño, cuando la vida le parecía fabulosa y el mundo el mejor lugar para vivir... El ruido, del resto de los pasajeros, le devuelve a su realidad; es hora de bajar del micro y de nuevo correr y correr, para llegar temprano a su cita cotidiana con la vida y su eterna e inagotable rutina...
Este hombre, a quién denominaré H, no es que sea un infeliz o algo así por el estilo, más bien, es un pobre hombre que vive su vida como cualquier otro, en medio de la angustia absurda del diario trajín. H, se dirige una mañana hacia su trabajo; es una más cómo tantas de las que ha recorrido desde que obtuvo su empleo, en ese asfixiante sitio siempre cargado hasta el vómito, de oficinas para abogados, ingenieros y médicos.Su labor ahí, no es de gran importancia, es tan solo un simple comodín a tiempo completo, al que hacen de aquí para allá sus jefes, cuando de enviar o traer mensajes se trata. No hay nada, que escape a su mirada ni nada que escape a su imaginación, pero mientras más grandes son sus ojos más pequeña es su boca, ya que es incapaz de transformar en palabras lo que pasa por su mente.- “ Total, después de todo, soy un simple y pelado e insignificante mensajero de oficina, a quién nadie le habría de prestar atención” -, piensa para sí mismo, mientras se muerde la lengua de rabia esa mañana, sentado casi al filo, del asiento de la ruidosa microbús que le lleva a su lugar de faena.
Una pobre y desvalida mujer está en el suelo, tras haber sido empujada, por un hombre corpulento, que se abría paso a como diese lugar, para sacarla del pasillo de la cacharpa pública y así lograr él obtener su asiento. Nadie ha dicho o hecho nada; cada pasajero sigue en lo suyo; nadie quiere, esa mañana, llegar con más problemas a su trabajo, pues aparte de los que ya carga, sabe que otros tantos le esperan . Las miradas displicentes, se sumergen indiferentes en los diarios llenos de basura, que intentan aplacar la angustia matutina, de los pasajeros hartos de rutina. La mujer, intenta recoger sus pertenencias diseminadas por el sucio piso; un pequeño hilo de sangre, brota silencioso de su cara; levanta su vista buscando ayuda, pero no se encuentra a nadie; sus ojos tocan la pared de la invisibilidad ciudadana; es como si estuviese sola en una isla perdida, en la cual, tan solo se escuchan los ruidos del mar chocando contra los acantilados. Tan serias las damas y tan aterradoras las corbatas de los caballeros; tan grande es la indiferencia y apatía de las personas, que parecen estrellas distanciadas en lo profundo de la noche, tan cerca pero tan lejanas, sin embargo, sucede algo, que a muchos les costaría creer...
H, se ha puesto de pie ; se ha dirigido hacia la señora y le ha tendido su mano para ayudarla ; después ha enfrentado al fornido matón y lo ha increpado, diciéndole hasta de lo que va a morir, y , hasta sin esperar más razones, le ha propinado unos cuantos buenos golpes ante la mirada atónita del resto de los pasajeros. El matón yace noqueado en el piso insalubre del microbús No se han dejado esperar los aplausos. H se frota sus manos y saluda a todos sus admiradores, al tiempo que se abre paso hacia su asiento por encima del bravucón... Todo eso, ha sucedido en su mente, mientras observa el reloj en su muñeca, y trata de que el camino sea más breve y fugaz, por lo que, se ha dedicado a mirar el resto del maremagnum, que lucha por llegar a su trabajo esa casi siempre absurda mañana. Los cientos de carros; los hombres y mujeres que comparten su presidio de angustia y ansiedad, pasan frente a H, mientras él, trata de no pensar en todas esas cosas que suceden día a día, en esta carrera por la supervivencia que le ha tocado enfrentar desde que tiene memoria; porque sus grandes ojos, recorren en retrospectiva, sus momentos de niño, cuando la vida le parecía fabulosa y el mundo el mejor lugar para vivir... El ruido, del resto de los pasajeros, le devuelve a su realidad; es hora de bajar del micro y de nuevo correr y correr, para llegar temprano a su cita cotidiana con la vida y su eterna e inagotable rutina...
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