jueves, 2 de septiembre de 2010

Cuentos - La despedida




La despedida

SOLILOQUIO I

Hacia el final de la tarde, sobre el poniente se podía aún ver, un pequeño y débil sol que partía hacia la otra mitad del mundo, dando paso a las tinieblas que pronto nos cubrirían sin piedad. Habíamos contemplado la lluvia, caer y caer, hora tras hora; y por eso ahora, aquel viejo, decrépito y agonizante sol poniente, que nos decía adiós, había de conmovernos hasta las entrañas…Sabíamos que era el fin y el ocaso de todo; por este motivo, tan solo la lluvia quebraba los largos intervalos de silencio que nos circundaban. Aquella tarde, con pocas palabras, te conté toda mi vida confabulado por breves historias que, poco a poco, te conducirían hasta el terrible desenlace, que tarde o temprano, tendrías que afrontar. Escuchaste de principio a fin, absorta en el más profundo silencio, manteniéndote serena, haciendo que mi ser, sintiese la furia del frío polar que me traspasaba el alma; por instantes, quería robar tus labios; así, al besarte, trataría de borrar mis errores, poniendo fin a toda esta absurda comedia, que se desarrollaba dentro de mi ser, pero fui incapaz de seguir mintiendo; así que tras todas esas largas y estúpidas horas , no pude hacer más que insinuar un breve adiós, y dejándote, sumida en la inmensidad de la noche, cobarde pero decididamente me marché…

SOLILOQUIO II

Han pasado algunos años, y es ahora, cuando desearía ir hasta dónde él, y obligarlo por la fuerza,-si fuese necesario-, a devolverme lo que era mío, - pero el valor no es algo que se adquiere tan solo con desearlo -.Creo que soy un cobarde…, pues han pasado meses y a lo mejor hasta siglos y no he podido decidirme... No hay en mi ni un diminuto segundo de valor.

SOLILOQUIO III

Marta me miró, y en sus ojos silenciosos yo pude ver, el huracán de pasión que la atrapaba. Me turbé un poco y no sabía que hacer; sus labios, intentaban insinuar una pequeña y terrible sonrisa, cargada de ansiedad y de un prematuro desenfreno, que se le insinuaba en sus comisuras de carmín. Sin embargo, había algo, en su interior, que le impedía mentirme su verdad. Por mi mente, desfilaban todas las promesas aquellas, que enamorado le esbozaba en los momentos de intimidad; Junto a mí, ella había aprendido a ser fuerte y nada que no fuese felicidad, tenía cabida en el más pequeño rincón de su ser... Ahora, ella se sentía colosal e impresionante cual un gigante, que nada ni nadie podría destruir.

FIN

escrita unos años atrás, esta versión es del 30 -10- 97

Oscar Artavia Sánchez













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